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Regalando lo Peor [Personal] 26 enero, 2011

Posted by José M. Saucedo in Personal.
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Entre la cantidad de visitas que han tenido los post de Final de Temporada y Color Esperanza he notado que, a diferencia del formato que tenía la primera etapa de El Espacio de la Omnipresente Chela, ésta ligeramente variada versión del blog ha logrado llamar la atención de muchos otros seguidores que seguramente ni siquiera estuvieron aquí cuando lo empecé hace cinco años. ¿Qué es lo que ha cambiado de ese formato a éste? La verdad, no mucho, pero sí me llama la atención ver que apenas a tres meses de haber retomado formalmente el sitio, las dos mil visitas mensuales ya pueden considerarse un promedio constante que me alegra haber alcanzado en tan poco tiempo. Claro, uno podría argumentar que parte de ese éxito se debe a que la página continúa listada de una u otra forma en los tantísimos buscadores que hay en la red y que, a final de cuentas, son muchos los temas populares que encontramos en la gran mayoría de sus notas (aparte de mis descaradas promociones a través de Twitter y Facebook) pero, la verdad, creo que la parte que más interés ha generado son entradas como ésta, que al publicarse quedan dentro de la categoría de notas personales.

Para quienes no estén enterados -que he de suponer que es la gran mayoría- hasta hace un par de semanas los post personales que veían publicados los miércoles eran escritos al momento, de una u otra forma, y eran publicados sin una revisión o “censura” posterior a razón de que quería que éstos fueran lo más sincero posibles tanto para ustedes como para mí. Con la publicación de las dos entradas que mencioné al principio de este texto, además de la polémica queja titulada ¿Sigues Jugando?, debo confesar que logré liberarme de muchas de las cosas que en esos momentos andaban dando ya demasiadas vueltas en la cabeza y el día de hoy, nuevamente, estoy pensado que escribirme escribirles como nota personal y la verdad, no sé muy bien que decir o en si en verdad estoy seguro de que la idea del texto que estoy redactando en este momento tenga un rumbo serio o al menos, con sentido.

Como hace tiempo no pasaba, finalmente puedo decir que tengo muchas cosas de trabajo encima que genuinamente me interesan, y poder acomodar esos pendientes con las ideas que luego deseo publicar en este sitio y muchas otras cosas que he logrado en estos días me tienen un tanto alejado de mis elocuentes depresiones, dándome la oportunidad de evaluar de manera más libre de lo que veo, escucho y juego, además de poder redactar con un poco más de sentido un par de proyectos que seguramente compartiré en este y otros espacios. Debo admitir que, a pesar de lo anterior, esta situación no sólo me tiene un poco conflictuado con el hecho de que no creo tener ahorita alguna confesión interesante que hacerles, sino que también la duda de encontrar un tema me llevó a pensar en otra cosa completamente distinta, la cuál tiene que ver mucho más con ustedes que con lo que he podido mostrarles a través de este medio.

Las últimas dos entradas que escribí dentro de esta categoría me pusieron a pensar en quienes acabarían leyéndolas y lo que podrían pensar de mí después de ello. Claro, cuando uno tiene más de 15 años escribiendo de manera pública, la presencia del lector en la idea que se va teniendo del texto en muchas ocasiones termina siendo considerada meramente como la de un público al que se reta, celebra o entretiene según sea lo que se esta armando -al menos en el medio en el que me ha tocado trabajar- pero, en el caso de esas piezas yo ando evaluando un producto que fue hecho por personas que jamás conoceré y que al final será consumido por otras que a veces nomás leen mi opinión para informarse superficialmente o de plano, entretenerse un poco. Las notas personales en más de una forma han resultado ser un reto con el que genuinamente no me había enfrentado y aunque mucho me han servido mucho a nivel personal, no fue hasta hace poco que me pegó esa incertidumbre de saber que es lo que pensarán otras personas después de leerlas; los amigos cercanos, compañeros de trabajo o del medio donde todavía laboro y también, de paso, la gente con quien de plano ya no me llevo o que genuinamente no conozco.

¿Qué pasará por la mente del fanático que me conoció por culpa de los juegos de video y que de pronto se encuentra con un sitio donde igual se habla de personajes fantásticos que de reflexiones sobre la dependencia emocional? ¿Cómo me verán ahora las personas que me conocieron como un editor mamón ahora que dejo ver que también he llorado por un amor perdido? ¿Habré sorprendido al compañero de medio que me ubica como borracho y alburero cuando escribí sobre las dinámicas más básicas que deben tomarse en cuenta en una relación de pareja? Estas y muchas otras preguntas rondan mi cabeza en este momento, mientras encuentro como seguir el camino en este escrito y a la par, también pienso que más de una entrada escrita también me ha sorprendido a mí tanto en su tema como en la forma en como la termino expresando. La respuesta a estas dudas, a veces, me es tan ajena que cuando leo las reacciones a cada entrada, tanto públicas como privadas, me sorprende y extraña cuando me aseguran que son textos fuertes o demasiado personales como para andarlos publicando en un sitio que ya tiene por lo menos cien lectores diarios.

¿Qué no te da miedo lo que vayan a decir los demás? Esa pregunta me vino a la cabeza justo en este momento y honestamente puedo decirles que no lo sé. Claro, en algún momento sí me entró la pequeña angustia de que alguna indirecta sí fuera a ser tomada en serio por la persona que la originó, pero al final la idea salió y la respuesta que yo esperaba sigue sin llegar, o ya se fue y de plano no me di cuenta. La verdad es que esto de escribir genuinamente lo que se tiene en la cabeza y en el corazón, fuera de las redacciones poéticas o las comparaciones fantásticas (recursos literarios que en mi caso nomás no salen como yo quisiera), ha resultado algo más difícil de enfrentar que de realizar. Como seguramente le ocurrirá a muchas otras personas que también han encontrado un escape, el arte o una profesión en la palabra escrita, en más de una ocasión me he visto frente a una página en blanco pensando centenares de formas en como empezar un texto personal, pero no me atrevo a iniciarlo o continuarlo porque la verdad, no estoy seguro de la forma en como va a terminar, tal y como esta ocurriendo con este escrito.

Quizá la principal razón por la cuál ahora no se que es lo que quiero comentarles de mí está en que ya quité las cascaritas expuestas de mi cebolla; ejemplo con el un cuate explica como, al igual que ocurre con una cebolla, vas quitando tus barreras externas y poco a poco vas quedando con las ideas y las emociones más viscerales que traes contigo y que, seguramente son las que realmente me da pena abordar en estos escritos, a veces porque no quiero darme cuenta que las tengo o quizá porque en más de una forma siento que no tendrán el impacto que finalmente tienen cuando los demás las leen y que no es hasta que me pongo a revisar dedazos que descubro que sí eran madrazos un poco más grandes de los que yo esperaba. Aparte, también llegan a pasar por mi cabeza ideas de que estos no son más que textos egoístas en los que quiero soltarme y que no tiene el más mínimo sentido escribirlos porque a final de cuentas a nadie le importa el tema más que a mí pero, es en ese momento cuando encuentro en las reacciones externas una lección que muchas veces se queda en una duda que he descubierto que ha sido parte de mi personalidad desde mucho tiempo y que tengo que perder: ¿qué es lo que estoy sintiendo ahorita? ¿Cómo se llama esa emoción? ¿Cómo la separo de las otras? ¿Cómo es posible que los demás se den cuenta con mayor certeza que yo de lo que esta pasando en mi cabeza?

Resulta gracioso darme cuenta de todo esto, de cómo un ejercicio tan simple como ponerse a escribir me ayuda ordenar esas ideas y darme cuenta de que, al menos para mi mismo, no soy tan emocionalmente maduro como creía. Sí, la duda de seguir publicando estos escritos seguirá presente, pero la necesidad de sacar todo para darme cuenta que es lo que hay esta más que justificada. Como lo he descubierto recientemente, a veces uno guarda tantas cosas, buenas y malas, que el lugar donde se quedan pierde su forma y sentido, por lo que una limpieza rutinaria es más que obligatoria no sólo para saber con que es lo que te quedarás para el resto de tu vida, sino también para mantener la integridad de quien eres… y esa integridad no sólo es la coherencia de lo que piensas y haces, sino también de lo que quieres y de lo que tienes.

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