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Un Millón de Cicatrices [Personal] 2 febrero, 2011

Posted by José M. Saucedo in Personal.
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Debo confesarles que me está costando mucho trabajo comenzar esta entrada con una idea contundente. Todo parte del hecho en cómo descubrí la realidad de la quiero escribir el día de hoy y que finalmente acepté hasta hace poco tiempo, aunque sospecho que tenía una ligera idea de ella desde hace muchos años. En mi ingenuidad y quizá, también por muchas de las ideas con las que fui criado y al final, formado durante mis estudios de licenciatura, el concepto de una persona genuinamente mala nunca pasó por mi cabeza. Desde siempre tuve la idea de que lo “bueno”, lo “malo, lo “correcto” y lo “incorrecto” no eran más que valores puramente subjetivos o impuestos, y que señalar a un individuo dentro de esas categorías implicaba un prejuicio que difícilmente tomaba en cuenta lo que esta persona estaba viviendo o lo que había tenido que enfrentar en el camino para llegar a ser lo que era en ese momento. Este hecho provocó que aceptara e incluso admirara algunas conductas y actitudes que en realidad no me causaban gracia o interés, pero si un extraño morbo que llamaba mi atención por la forma tan ajena que las sentía de lo que según yo debía ser “una buena persona”, pero que por alguna razón no sólo me había tocado ver y vivir de cerca, sino que al final terminaron afectándome de una manera que ni yo mismo esperaba.

Recuerdo que desde muy chico me molestaba la idea de hacerle una broma a alguien más, y aunque me tacharan de joto o fresa, jamás participé en alguna querella que tuviera esa finalidad; la mera idea de reírse a costa de alguien más de forma directa siempre la he visto como una falta de respeto no sólo a la víctima, sino también al victimario. Claro, no me daré baños de pureza y les diré que nunca hice una que otra travesura durante mi niñez y adolescencia, pero puedo asegurarles desde ahorita que éstas jamás afectaron de manera directa a alguien; de nuevo, la idea de lastimar intencionalmente a una persona es algo que simple y sencillamente va en contra de mi forma de ser. Por esta razón es que no sólo me molestan las comedias gringas y los programas de bromas donde los actores se humillan a sí mismos o a otros para entretener a un público, sino que incluso considero que su popularidad es una muestra tajante de una grandísima falta de madurez emocional en quien los disfruta; por poner un ejemplo, las bromas de El Panda Show -espacio radiofónico en México inmensamente popular- realmente me ponen de malas al escuchar cómo es que lastiman de sobremanera a una persona para entretener a un grupo o individuo que simple y sencillamente quiere hacerse circo con las dolencias ajenas, y vaya que en más de una ocasión me ha tocado escuchas casos en donde solamente me quedo pensando en la forma en como afectaron a la víctima y que es lo que pasará con ella después de ese chistecito. Por esta misma razón cuando mi madre se hizo fanática de esos mentados programas donde una conductora agarra a una persona o familia para exhibir sus dramas con el público (sean actuados o no) acabaron con la hora de la comida en casa, pues me rehusaba a estar en la mesa con la televisión prendida en esos circos, aun cuando eso significara tener que comer solo en otra habitación.

Aun así, esta situación tan molesta que encuentro con algunos de los espectáculos ofrecidos en los medios de comunicación tienen una ventaja: uno puede apagar la televisión o el radio, negarse a ver la película o ignorar la existencia de los medios que viven de hacer pedazos la existencia de alguien más pero, ¿qué pasa cuando esta misma situación ocurre con quienes están cerca de ti? En mi caso, algunas personas que en algún momento formaron parte de mi vida hicieron una rutina casi diaria de mostrarle tanto a mí como a quienes estábamos cerca de ellos como eran capaces de lastimar a alguien más por gusto, por placer, y demostrar que genuinamente no les importaba lo que pudiera ocurrir a quienes estaban afectando con esa conducta.

Ahora recuerdo como uno de estos individuos con los que traté en algún momento contaba cómo es que todos los días le arruinaba la hora de la comida a una compañera de su trabajo simple y sencillamente porque le caía mal; le echaba el humo en la cara mientras fumaba, no le pasaba llamadas, le inventaba chismes e incluso hacía comentarios humillantes frente a ella para lastimarla pero, lo más impactante de todo no fue descubrir que lo que me contaba era cierto, sino que genuinamente me compartía esas anécdotas como si hubieran sido algo “bueno”, algo divertido que tenía toda la lógica y satisfacción del mundo. Aunque en su momento mi reacción no pasaba más allá de una sonrisa nerviosa (que poco a poco fue convirtiéndose en un inexpresivo hartazgo), esos relatos que me comentó en algún momento no fueron únicamente en contra de gente de su trabajo, sino que también involucraban a quienes en algún momento fueron sus amigos y al final, hasta con su propia familia.

Como era de esperarse, yo también acabé siendo víctima de sus actitudes y cuando me di cuenta que tenía que acabar esa amistad que en algún momento consideré fuerte e importante, no podía dejar de preguntarme que es lo que había pasado, que es lo que yo había hecho para que de pronto esta persona también se fuera en mi contra, sobre todo después de tantos años de haber confiado en ella como nunca lo había hecho con alguien más. Al igual que en cualquier otro rompimiento, muchas ideas fueron y vinieron en mi cabeza pero, con el paso del tiempo empecé a darme cuenta de algo muy simple y también muy triste; de pronto había pasado a ser uno más en su colección de cicatrices y al final, lo que ocurrió conmigo ya había pasado con otros que en su momento trataron con ella como amigos o pareja y al día de hoy sigue ocurriendo con aquellos que continuaron tratando con esta persona mucho después de que yo dejé esa relación por la paz. Como alguien me comentó en algún momento cuando le platicaba este caso, la situación ya había quedado atrás y ni siquiera tenía caso lamentarla, puesto que lo que había ocurrido conmigo seguramente le pasaría a alguien más; un hecho que resultó tan verídico que cuando me enteré como es que terminó lastimando también a muchos otros conocidos mutuos -muy a pesar de que ellos también eran individuos que genuinamente la querían- el hecho generó una serie de reflexiones que acabaron dando lugar a muchas de las notas personales que he publicado en esta página.

Ahora, esta anécdota que estoy compartiendo, más que escribirla para poder darle su lugar en mi cabeza, va relacionada directamente con la idea que quería comentarles al principio del texto, la cual tiene que ver con la intención y existencia de las malas personas. A diferencia de lo que uno podría encontrar en una travesura o una mala jugada por parte de aquellos con quienes nos toca convivir en algún momento, las acciones que lleva a cabo una mala persona en contra de alguien no están justificadas necesariamente por el tipo de relación que tengan con ellas, por esa razón es que en más de una ocasión nos cuesta tantísimo trabajo entender como son o porque son capaces de lastimar sin una provocación aparente o lógica. El ser humano como tal está acostumbrado a crear sus relaciones basadas en un interés específico, ya sea material o emocional, el cuál siempre toma sentido y significado con la persona con quien lo identificamos. La amistad involucra confianza, las relaciones de trabajo toman en cuenta el apoyo y el amor tiene que ver con la entrega -por poner algunos románticos ejemplos- y en muchas ocasiones, cuando estas relaciones se rompen, las reacciones negativas hacia las personas con quienes se tuvo esa relación están directamente conectadas al significado que ésta tenía para los involucrados.

El concepto de mala persona al que quiero llegar en esta entrada no se define específicamente por el individuo en sí, sino por la manera en como establece sus relaciones, ya que éstas se basan siempre en el interés que la generó y no por la persona en la cual está siendo proyectado. Una persona emocionalmente madura, cuando establece una relación, identifica y establece sus límites con los demás, reconociendo a la otra parte como un igual que comparte el interés de una forma u otra pero de manera mutua; de esta forma una pareja se mantiene unida respetando su individualidad o un equipo de trabajo funciona efectivamente cuando todos sus miembros aportan parte de sí mismos para lograr un objetivo común que al mismo tiempo también es propio. La conducta de las malas personas es, al final, una expresión de inmadurez emocional, de un egoísmo infantil manejado con la fuerza y el conocimiento que otorga una psique experimentada. En un ejemplo que quizá podría considerarse extremo, cuando un niño balbucea que quiere a sus padres, esa expresión esconde de manera inconsciente el hecho de que la relación existe primeramente por necesidad, el pequeño depende de los mayores para su subsistencia y sólo su crecimiento y madurez física y emocional -así como la reciprocidad que se de en la dinámica de la relación- son los que permitirán que ésta madure y crezca en un trato que se mantenga e incluso sea más fuerte después de que la dependencia, el interés por el cuál se originó, ya no sea la base por la cual esa relación existe.

Para una mala persona la relación existe porque ella misma la originó para obtener algo, ya fuera un objeto material, algún tipo de reconocimiento o identificación emocional, dejando que la persona de la cual se logra ese objetivo no sea más que un objeto desechable, una pieza que puede cambiarse cuando el bien que entrega comienza a exigir esa reciprocidad que conlleva toda relación madura. Esta situación le permite fácilmente a las malas personas atacar, olvidar o simplemente usar a otros individuos sin remordimiento o preocupación genuina por su integridad, puesto que en el principio básico de su conducta se encuentra el hecho de que nunca se ve a los otros como iguales, sino como un medio para obtener un fin. Es por ello que las acciones de las malas personas, aunque no lo parezcan, nunca son personales o intencionales, ya que el otro individuo que fue participe de la relación jamás fue considerado como eso, como una persona, un igual. Desafortunadamente quienes somos afectados por estas acciones no somos capaces de reconocer esa situación en un primer momento, justamente porque el ser humano, al lograr encontrar el valor de la otra persona a partir del interés que generó la relación, establece ésta viendo a la otra parte como un igual, como alguien que también piensa y siente.

La idea de que alguien más no sea capaz de entender y reconocer a otros como personas es la definición más clara que he podido encontrar en esta reflexión acerca de lo que es una mala persona; desafortunadamente el morbo y la inmadurez emocional generalizada hace que esta actitud permita que muchos de ellos logren hacer del sufrimiento ajeno una forma de entretenimiento o un mero estilo de vida. Por esta razón es que se vuelve indispensable educar y formar la consciencia de uno mismo y de los demás desde que se es pequeño, puesto que esta base no sólo se vuelve primordial para identificarse uno mismo de manera independiente de los demás, sino que también genera el interés y la necesidad de ayudar a que los demás logren hacer lo mismo.

Sí, tristemente he descubierto que las malas personas existen y al final, que el trato con ellas puede afectar considerablemente la manera en cómo nos relacionamos con alguien más pero, como todo en nuestra vida, esta situación no es definitiva y generalizada, por lo que la capacidad de mantenernos nosotros mismos como somos, con nuestros principios y valores, son suficientes para ayudarnos a enfrentar estas situaciones.

Comentarios»

1. Laura - 2 febrero, 2011

Bueno, eso de decir que la mala gente no existe es tan políticamente correcto que nunca me la creí. A mí siempre me echaron piedras por andar esperando de mis relaciones personales al menos un poco de compromiso. Yo te recomiendo otro libro, pero poquito más optimista, para entender todo este tema: «Los cuatro amores», de C.S. Lewis.

2. Jorge Cantero - 2 febrero, 2011

Si, el tema da para mucho. Te recomiendo dos libros que te pueden ayudar a complementar tus ideas: «Conversaciones con el demonio» de Carl Goldberg http://www.elsotano.com.mx/libro-conversaciones-con-el-demonio-10004154 y «El efecto Lucifer», de Phillip Zimbardo http://www.elsotano.com.mx/libro-efecto-lucifer-el-el-porque-de-la-maldad-pd-10279405 BUENISIMO el de Zimbardo…..

Christiane Reyes - 2 febrero, 2011

el del efecto Lucifer que te recomendaron está BUENÍSIMO, dile a Ricardo Fernandez que te lo preste! 😀 Muy Buena planteación, amigo. Ya hay que hacer ese Post de Psicólogía.

3. José Saucedo - 2 febrero, 2011

Si, de hecho el tema da para mucho y vaya que salieron muchas ideas para otras notas al respecto a partir de muchas que recordé mientras escribía ésto. Espero que todo eso pueda meterlo en la pieza que ando escribiendo ahorita para la siguiente semana que, irónicamente, es derivada de esta y es un tema completamente distinto.

4. Conde - 2 febrero, 2011

Salvo opinión en contrario, creo que encontraste una parte central de la conducta de las malas personas: los demás no son sus iguales. Son activos desechables una vez que han servido para un fin específico. También el fastidio de estas personas se da hacia otros a los que ve que no puede sacar ningún provecho, salvo satisfacer necesidades malsanas como la burla o el simple hecho de sentirse superior. El tema da para un ratote..


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